viernes, 10 de junio de 2016

La madre que ora

“Tú fuiste quien formó  todo mi cuerpo; tú me formaste en el vientre de mi madre.” (Salmo 139:13)

Dios formó a nuestros hijos en nuestros vientres, cuidó de cada detalle en su formación. Mientras nuestros hijos se desarrollaban maravillosamente dentro de nosotras, ÉL los amaba con ternura y nos dio a nosotras de su amor para que con esa misma ternura nosotros amáramos y cuidáramos de ellos.

El amor más sublime que existe después de Dios, es el de la madre. Fuimos creadas con todas las características para brindar a nuestros hijos los cuidados, la comprensión, seguridad y la formación de valores. Y  somos las madres a las que nos corresponde llevarlos al conocimiento de nuestro Dios.

Somos privilegiadas al haber sido escogidas para traer a nuestros hijos a este mundo. El padre tiene su función importantísima en trasmitir la seguridad y la autoridad que nuestros hijos necesitan para que puedan crecer sanos. Pero cuando el padre está ausente, la madre trata  de llenar ese vacío. Si Dios está presente, Él brinda la sabiduría y la fuerza para educar y amar a los hijos con valores que les dan seguridad y firmeza.

Cuando en nuestra vida hemos puesto a Jesús como nuestro Señor, podemos vivir confiadamente, pues nuestros hijos están bajo su protección y su amor. Pero es necesario que nosotros nos mantengamos firmes en la fe y que podamos ser ejemplo como verdaderas hijas de Dios.

Debemos cuidar que en nuestro hogar reine la armonía, la paz, la alegría. Darles la  acogida que necesitan para que no tengan que salir huyendo a causa de un ambiente hostil. También debemos brindarles un hogar limpio y agradable donde se puedan desarrollar saludablemente.

Es natural que nos preocupemos por nuestros hijos, pues estamos en este mundo, y lo que el mundo ofrece no es nada bueno. Cuando están a nuestro lado los sentimos seguros, pero desde muy pequeños empiezan a ir a la escuela, y empezamos a preocuparnos. No queremos que nadie les haga daño y tampoco que se sientan desprotegidos. Pero la ley de la vida es que ellos deben vivir su propia vida, y como madres debemos dejar que la personalidad se vaya forjando en medio de tropiezos, luchas y sinsabores. Pero para eso estamos las madres, para estar cuando nos necesitan.

Dios nos ha capacitado con dones, y uno de ellos es la capacidad de conocer y entender a cada hijo. No todos son iguales, dentro de una familia de varios hijos, todos son diferentes pero cada uno único y especial. Y para Dios cada uno es precioso.

Día a día nos enfrentamos a las mentiras del mundo y  de Satanás.  Nuestros hijos están siendo bombardeados constantemente para llevarlos a experimentar toda clase de vicios, y esto es a través de la música, la televisión, el internet, los amigos, los colegios y universidades. A Dios se ha sacado de todos los centros educativos. A lo bueno se le llama malo y a lo malo, bueno. Está generación está siendo atacada como nunca, y tristemente cada vez la maldad irá aumentando.

Jesús cuando oró  por los discípulos le dijo al Padre: “No te pido que lo saques del mundo, sino que los protejas del mal.” (Juan 17:15)  Él sabía la maldad que le que le esperaba a este mundo.

Dios es fiel y  cuida de sus hijos. Pero tenemos que venir a ÉL con un corazón contrito y humillado, reconociendo nuestros pecados. Y  con la fe que es el escudo que nos ha dado, atajar todas las flechas encendidas que el diablo envía a nuestros hijos. Debemos hablarles del amor de Dios, pero también de las artimañas del enemigo para que sepan cómo enfrentarlo.

Se nos manda a orar sin cesar, y de esta manera debemos orar por nuestros hijos. Darle gracias a Dios por haber sido bendecidas y pedirle su protección y dirección en sus vidas. El amor y la fe tocan el corazón de Dios. Y por el amor que profesamos por ellos debemos perseverar en la oración por nuestros hijos. La oración tiene poder, oremos cubriendo todas sus necesidades, pero también oremos con la autoridad que nos ha sido dada en el nombre de Jesús, para derribar todas las fortalezas del diablo.

Oremos primero que todo por su salvación.  Sus necesidades, la salud, por el colegio o la universidad donde van asistir, por sus amigos y aun por la novia o novio que serán sus futuros cónyuges. Permitamos que Dios tome el control total de nuestros hijos y de esta manera podremos vivir en absoluta paz.

“No se aflijan por nada, sino preséntenlo todo a Dios en oración, pídanle y denle gracias también. Así Dios les dará su paz, que es más grande de lo que el hombre  puede entender: y esta paz cuidará  sus corazones  y sus pensamientos, porque ustedes están unidos a Cristo” (Filipenses 4:6.7)
                                                                                                                       

¡Bendiciones!


Nota: Versículos tomados de La Biblia versión “Dios habla hoy”



Aleluya (instrumental)




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